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La Pitu

La Pitu lloraba chiquito. No fuera a ser que la escucharan por-
que ya le habían advertido que no tenía que hacer drama.
Miró los dos bolsos que aún estaban sin terminar de desarmar
y recordó cada cosa que había tenido que dejar cuando se la
llevaron. Por suerte, había alcanzado a guardar la Virgencita que
le regaló su padrino. La apretó con fuerza, pidiéndole que la
protegiera.
Ellos le insistían que les dijera papá y mamá pero no le salía, por
más que lo intentara. Al fin y al cabo, no le parecía que fuera una
familia, si no había caricias ni abrazos y menos palabras tiernas.
Cada noche, se dormía pensando en los suyos, a quienes no
había vuelto a ver. A veces, hasta le parecía estar escuchando al
Negrito que le chumbaba para que lo llevara a pasear.
Nunca le importaron las muchas sábanas en todos los tonos de
rosa que tenía en su placard, ni tampoco las Barbie con tanta
ropita de princesa. Ella prefería sus juegos con barro en la isla.

Un día, sobre la cómoda de la señora, vio algo que no espera-
ba. Al lado de los collares y los perfumes, estaba la cajita azul
con las iniciales de su mamá. La que ella misma le había pinta-
do en el colegio para un Día de la Madre… Se preguntó cómo
podía estar ahí, si había quedado en su casa cuando fueron
esos hombres con armas.
De pronto, entendió…
Y entonces, ya no pudo ser más una nena… aunque siguió te-
niendo ocho años...

Nora Corrales
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