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No era para mí
Esperé a que durmiera para entrar en el lugar al que me ha-
bía impedido llegar.
No sabía bien si acceder por los dos canales menores de arri-
ba o por el mayor de abajo. Ambas entradas me resultaban
iguales, cada cual en su tipo, pero la de abajo me quedaba
más a mano y además la conocía por haberla besado varias
veces.
Ni bien entré, crucé la barrera dura y blanca, q por poco me
tritura, y luego casi me anego en aguas bajas porque el fon-
do blanduzco dificultaba mi avance. Yo había estudiado en
el secundario el recorrido, y por eso no me amilané y seguí
hacia la colina. Una vez sobre ella me deslicé por el tobogán
que me acercaría al lugar. Si la colina era empujada por una
oleada de secreción y se vencía tapándole la entrada, yo me
hubiera visto compelida a caer por otro tobogán que concluía
en una degradante e inmunda zona. Afortunadamente eso
no sucedió, fui a dar al esponjado rosa que me recibió con le-
ves movimientos expansivos, y desde allí me inmiscuí en una
cánula, dónde el líquido rojo me condujo como un río al lu-
gar deseado. Pronto llegué a las cuatro cavidades. Yo pasaba
de una más grande a una más chica a través de las válvulas
que pretendían eyectarme rítmicamente. No encontré más
que eso, ni un sentimiento, nada. Salí trepando por el mismo
lugar por donde entré. Lo miré dormir y me fui.
Si no tenía nada en su corazón, no era para mí.
Cecilia Spitaleri
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